Empatía... y educación

 Dos palabras que parecen poco pero que hacen que la vida sea de un color o de otro. Su ausencia retrata lo más bajo del ser humano y la capacidad que tenemos de dañar gratuitamente a cualquiera que encontremos en nuestro camino. Su práctica siempre permite que brille un poco más el sol para aquellos que nos encuentran.

Esta mañana he pasado la evaluación del Tribunal Médico. Ya iba preparada para encontrar un ambiente hostil y desagradable. Lo pasé hace años y salí destrozada. Me hicieron repetir el mismo discurso varias veces para ver si caía en incoherencias. Me preguntaron y repreguntaron haciendo hincapié en los aspectos más dolorosos que en ese momento estaba intentando superar. Lloré dentro de la consulta. Lloré en una cafetería al lado del centro. Lloré en el coche hasta hartarme porque no era capaz de arrancarlo. 

Hoy iba sabiendo a lo que me enfrentaba pero han logrado volver a sorprenderme. He llegado agotada. El transporte público me machaca física y psicológicamente. Como físicamente no se aprecia ninguna dificultad no puedo ir pidiendo que me cedan el asiento si no quiero entrar en discusiones que, la verdad, no me apetecen nada. El caso es que cuando he llegado ya me dolía todo el cuerpo. Llevaba las manos bloqueadas, un dolor de espalda terrible y un pie dormido. El izquierdo, para más señas.

Al entrar a la consulta, cargada con todos mis informes, me ha recibido una doctora que no me ha pedido ninguno. Autobús y dos metros cargada para nada. La primera, en la frente. He tenido un pequeño episodio de esos en los que no me salen las palabras. La señora, tan tranquila, mirándome fijamente y esperando a que le relatara los tratamientos que llevo ahora mismo. A continuación, una prueba física. Me pedía que hiciera un ejercicio de presión cuando no era capaz de mover los dedos.

Tras esto, se ha sentado en el otro extremo de la consulta y me ha ido preguntando cosas como que si oigo voces en mi cabeza. Vamos a ver, que tengo estrés postraumático y las secuelas de un cáncer. Lo mismo le parece poco. Cuando me ha preguntado por las manos y los pies, me ha espetado que ya se curará, que no voy a ser la única que quede con secuelas. Al momento, como me veía fatigada, me ha regalado un consejo impagable: que adelgace.

De verdad, no sé qué clase de formación tienen estos médicos. Entiendo que han de ser estrictos para que nadie les engañe pero no creo que eso les de derecho a hacer ese tipo de comentarios. Si el oncólogo dice que no se van a quitar las secuelas, será por algo. Y si voy cansada quizá sea por lo mismo que pone en el informe: síndrome de estrés postraumático con fobia secundaria al uso del transporte público.  

Con un poquito de sensibilidad y haber leído antes el informe podría haber sido un poco más empática. La educación la llevamos de casa.

Tengo 45 años y la cabeza, pese a todo, muy bien amueblada. Si esos mismos comentarios se los regala a otra persona con otro tipo de dificultades podría haberle hecho mucho daño. No creo que sea mucho pedir que te traten con respeto en una situación tan delicada. Nadie llega allí sin haber pasado por muchas consultas antes y, por tanto, no procede que te sometan a ese tipo de comportamientos.



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