Ausencias

 Nunca me han gustado estas fiestas. Seguramente porque hace demasiado tiempo que faltan a la mesa las personas más importantes. La verdad, no sé en qué momento dejaron de gustarme las Navidades. Tengo algunos recuerdos bonitos de estas fechas, pero son tan escasos que me cuesta enfocar una línea temporal clara.

De muy pequeña, eran fiestas bonitas. Conservo imágenes aisladas de encuentros en casa de mi tía Mari Pili, con los hermanos de mi tío Paco y sus hermanos. Una casa muy pequeña llena de gente y de risas. Duró poco por la mala cabeza de un ser oscuro y malvado.

A partir de ahí, las fiestas empezaban el día que llegaban mis primas de Bilbao. La Plaza Mayor, Cortylandia, el bocadillo de calamares, las películas de risa mientras nos acostábamos todas revueltas en el sofá. Hasta que el mismo ser decide romper esa magia. Dos de dos, machote, eres un genio.

Desde ahí, cada día se iban apagando más las luces. El círculo era cada vez más cerrado, austero y falso. Y un día decidió que sus hijas también sobrábamos. Qué le vamos a hacer. Tres de tres, eso dice mucho más de ti que de todos los demás.

He pasado años con una falsa familia impuesta, coartada y cohibida porque no podía hablar de nada sin temer un estallido de ira, un vertiginoso descenso hacia las incomprensibles ganas de gritar, insultar y zarandear al primero que pasase por allí. Afortunadamente, aquí fui yo la que me aparté.

Los últimos años han sido de una soledad deseada. Han desaparecido muchas personas que hacían que cada cena se convirtiese en un infierno y he podido disfrutar de la tranquilidad y la paz que tanto anhelaba. Quizá por eso estaba dispuesta a volver a reunirme con personas maravillosas que tengo la fortuna de tener a mi lado. Pero, por arte del dichoso virus, ha sido imposible. 

El año pasado, por estas fechas, estaba prácticamente recluida. Iba por la tercera sesión de AC. Mi brazo izquierdo era una masa ardiente a consecuencia de una tromboflebitis de la que aún guardo un tatuaje que se niega a borrarse de mi piel. No quise arriesgarme a reunirme con nadie por el miedo de la enfermedad y cómo podía afectarme en un momento tan delicado para mis defensas. Afortunadamente mi sistema inmune demostró ser tan tozudo como su portadora y pasamos todos esos meses complicados en condiciones óptimas.

Este año tenía la ilusión de retomar todas esas ilusiones pendientes. El virus ha vuelto a impedirlo. No voy a rendirme. Si no es este año, será el próximo. Necesito recuperar esa ilusión, esas risas, esos cantos, esa alegría que jamás deberían haberme arrebatado.


 

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