Dichoso virus

 

No sé vosotros, pero yo estoy muy harta ya de este dichoso virus. Ya ni me acuerdo de cómo era la vida antes.

Ayer me pusieron la tercera dosis de la vacuna. Estoy muy contenta porque te da mucha tranquilidad tener esa protección extra. Pero según iba para el hospital me iba preguntando hasta qué punto es moral que me pongan tres dosis cuando hay tantas personas que no han recibido ninguna. Sé que aquí, en España, no hay que lamentar que no llegue la vacuna; más bien, que algunos no quieran vacunarse, pero eso es la decisión personal de cada uno y, aunque no lo comprenda, debo respetarlo. Me refiero a tantas personas en países pobres, en economías emergentes, a los que no está llegando. Siempre mirándonos el ombligo los "ricos". Vergonzoso. Como si el virus entendiese de fronteras, de clase social o de nacionalidad... En fin...

El caso es que ayer estábamos citados los pelones. Viendo si había pañuelo o pelo y la longitud de éste se podía intuir en qué punto del proceso estábamos cada uno. Todos preguntábamos si era conveniente vacunarnos porque hace apenas cinco meses que terminamos la pauta completa. Me di cuenta de que somos tremendamente dóciles y confiados. Todos allí estábamos porque lo había decidido la oncóloga. Esa persona en la que pones toda tu confianza y a la que te agarras con fuerza para no caerte.

Pero lo que realmente me emocionó fue ver a una paciente en concreto. Coincidíamos en la quimio y me daba terror tenerla cerca. Estaba completamente consumida. Parecía estar agotando sus últimas fuerzas. Un día quería desahogarme con Julia, una de las enfermeras - ángeles - psicólogas del hospital de día, por un incidente con una vía y otra compañera. En el último momento decidí no decirle nada porque esta señora estaba cerca y pensé que era absurdo hacer ese comentario. Si ella lo oía no iba a hacerle bien. Y llevaba toda la mañana escucharla gemir, decir que no comía, arroparse como si fuese pleno invierno en un día radiante de abril...

Al recordar ese momento también me vino otro recuerdo y volví a darme cuenta de lo cobarde que soy. Hace muchos años, mientras hacía las prácticas de la carrera, hice lazos muy fuertes con los monitores y con los usuarios del centro donde aprendí y disfruté tanto. Tanto calaron en mí y tan bien me acogieron que, mientras el trabajo me lo permitió, iba a todos los eventos que celebraban. En el último pude medir mi falta de coraje. Había un chico, L.C., que tenía bastantes problemas de salud. En varias ocasiones nos dio sustos tremendos que acababan en una ambulancia. Ese día L.C. no estaba en la fiesta. Vi a sus amigos, a sus responsables de taller, al profesor de deporte, a la pedagoga... A todo el mundo. Y no fui capaz de preguntar a nadie por él, me daba terror que me dijeran que le había pasado algo, que alguno de los sustos no hubiese acabado bien.

Ayer me pude reconciliar un poco conmigo misma al ver a esta luchadora. Estaba allí. Igual de delgada, igual de demacrada, pero seis meses después iba a vacunarse. Ojalá pueda verla un día paseando por el parque o haciendo la compra. Será que las dos estamos aquí.


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