Caleruega


 La vida, a veces, nos regala momentos maravillosos. Uno de ellos lo he podido disfrutar este pasado domingo en Caleruega (Burgos). Os cuento.

Mis tíos cumplieron 50 años de casados en plena pandemia. Han ido retrasando la celebración hasta que las vacunas han sido una realidad. Y este fin de semana por fin han podido reunir a su familia y celebrarlo.

Para mí fue una ilusión tremenda que contasen conmigo y mis chicos. Un día mis primas me dicen que quieren darles una sorpresa a sus padres y que quieren que estemos. Siempre las he querido muchísimo pero este detalle me llenó de satisfacción porque era algo muy íntimo y yo era "la cuarta hermana".

Creo que nunca podré olvidar la cara de mi tía al vernos en la plaza. Me llegó a lo más profundo. Ellos estaban allí con sus hijas, yernos y nietas. Tenían todo lo que realmente importa en la vida. Y cuando me vio se emocionó. Y yo con ella.

Aún en la distancia, siempre he tenido a mis tíos muy presentes. Sobre todo a mi tía. Todo el proceso de la enfermedad y la recuperación era mi motor. Ella lo ha pasado antes que yo. Y varias veces. Y nunca perdió la fuerza, ni la sonrisa. Es el perfecto ejemplo de la lucha y la esencia de la vida. Es un remolino que nos envuelve a todos de energía y alegría. Es, simplemente, maravillosa.

Pasamos un día maravilloso. Hubo emoción, risa, reflexión y cariño. Cené la sopa de cocido más rica del mundo porque la había hecho ella. Y, como cuando era pequeña, tenía preparadas unas setas y unos caracoles. Como cuando no comía nada y ella venía más de 400 km con las setas y los caracoles a ver si me los comía.

Y mi tío. El que se ha comportado como un padre. El que siempre llora porque siempre se emociona. El noble. El que espero que un día me sorprenda al verle aparecer en la puerta de mi casa.

De mis primas, no tengo palabras. De pequeña sólo consideraba que las Navidades empezaban cuando ellas venían. Cuando íbamos a la Plaza Mayor y a la Puerta del Sol. Esos bocadillos de calamares. Ese frío al salir del metro. Esas noches en las que dormíamos todas juntas en el sofá cama de los abuelos. De mayores, las mujeres más valientes y fuertes que he conocido. Profesionales como las mejores. Buenas de corazón. 

Sus familias, simplemente a su altura. Parejas e hijas que no pueden ser mejores. Que te hacen sentir como si estuvieras con ellos cada día y cada hora. Que lo hacen todo fácil. Que regalan cariño sin preguntas.

El pueblo, Caleruega, precioso. Y más lo va a ser en mis recuerdos.





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